martes, 4 de mayo de 2010

Tributo a un hombre

Me he dado cuenta que, cada vez que empiezo a escribir, comienzo sin saber por qué lo hago. Entonces digo “no sé porque hago esto hoy” y luego doy mil respuestas, siempre anteponiendo el “quizás” o el “creo” para darle un poco de credibilidad a cualquiera de mis respuesta, pero no certeza absoluta.
Mientras escribo hoy, escucho una canción una y otra vez. Una canción que poco tiene que ver con lo que quiero decir, pero algo me provoca. Los acordes, la voz rasposa del tipo que la interpreta. Que se yo… algo que deja que las palabras se escriban con mayor rapidez y cordura que en silencio.
Mi escrito de hoy la comenzaré con un suceso aislado.
Cuando supe que mi papá estaba afectado por el cáncer y que su muerte era inminente, llamé a mi hermano para contarle primero, pero no por una necesidad de hacerlo, sino por que correspondía que él supiera y enfrentara esa situación de la mejor forma que pudiera. A fin de cuentas, no era un llamado en búsqueda de un abrazo o un consuelo, sino compartiendo un mismo sufrimiento y la misma tristeza de ver partir a alguien que tanto queremos.
Luego, mi llamado fue infructuoso para localizar a mi mejor amigo, Martin. En esos momentos, él se encontraba estudiando de cabeza para un examen importante. Y yo, sumida en mi dolor, solo anhelaba con encontrar su voz de apoyo. ¿Por qué él y no otra persona? ¿Por qué estando a 200 km de distancia solo quería su abrazo?
Mi papá falleció y, luego de decirle a mi familia, al primero que llame fue a Martín. Con él me quebré para decirle que mi viejito había partido. Con el lloré apartada en el velorio, y fue él quien me acompañó en tramites tan engorrosos como escoger una tumba. Pero ¿por qué él?
Hoy, con un simple correo, me di cuenta que recurro a él de manera automática porque me alegra la vida. Por que hace que las situaciones, incluso las más difíciles, sean simples. Me ayuda a descifrarlas, desfragmentarlas y poder entenderlas mejor. Me anima, me ayuda y me entiende. Me alegra la vida.
Cuando lo veo estresado, sufriente o meditabundo, no sé si yo le alegro la vida de vuelta. Hago, quizás, mi mejor esfuerzo para ahogar sus angustias en un símil de análisis que él siempre hace conmigo. Ocupo su método, aparentemente, para animarlo. No sé si resulta. Al menos lo intento, y creo que él lo ve.
Martin es un hombre esplendido. Siempre me preguntan por qué no me enamoré de él. Él contesta que yo no me enamoré de él por que me lo advirtió. Y me parece curioso que siempre me lo pregunten. Pero claro, no hay que ser adivino para entenderlo. Es un hombre inteligente, guapo, simpático. Es buen bailarín, critico, opinologo político como yo, astuto y fácil de llevar (aunque odio ocupar otro idioma, creo que una palabra excelente es easy-going).
No me enamoro de él porque no me enamoro no más. Eso no se fuerza, sino que nace. Es mi amigo incondicional, no mi prospecto de pololo. Pero también es una vara alta de medición para aquel que intente aproximarse a mi corazón. No quiero un Martín, pero a la vez si quiero mil de sus características que tanto me acomodan y me hacen sentir tranquila.
A veces me da rabia que Martin no vea quien es. Que se insegurize por pequeñeces y cuestione su inmensa personalidad y cualidades por ello. Que sea tan autocritico y no aprecie más el camino recorrido y se quede sólo viendo lo que le falta por recorrer. Pero ahí me considero buena amiga, y me siento a acompañarlo y a tratar de quitarle el peso insoportable de esa inseguridad, hasta intentar borrarla lo máximo posible.
Como dije, no sé por qué escribo esto hoy. Quizás para contarle al mundo la suerte que tengo de conocer a un tipo tan genial como Martin, y que él me haga sentir querida en su vida. Quizás lo escribo porque no me canso de repetirlo. Porque a veces los abrazos se olvidan, las palabras no perduran y los recuerdos se marchitan. Quizás para dejarle en testimonio escrito que lo quiero mucho.
Así que Martín, cuando leas esto, acuérdate que te quiero mucho. Que eres un hombre que ha cambiado mis pasos y le ha dado una luz magnifica a mi vida. Una luz eterna, que no acaba. Una persona que queda en mi memoria y corazón con una tinta indeleble. Ha sido una fortuna conocerte, y espero que esto perdure en el tiempo, que nunca se aleje.
Espero poder acompañarte en todos los miles de pasos que te faltan por recorrer, y que tú hagas huellas al lado de las mías, para continuar feliz en la vida.
Ansío que veas con mayor claridad esa personalidad que ilumina habitaciones y vidas completas. Que no eres un gapo cualquiera, y nunca has estado cercano a serlo. Ten conciencia que, por lo menos para mí, eres la persona más especial que he conocido en la vida, con una mezcla de locura y cordura que se confabulan de forma única y de manera exquisita.
Un niño eterno con una simpleza mágica. Un hombre genial. Martín.

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