No hay cartas de despedida.
No hay adiós.
No hay explicación que te merezcas.
Simplemente te vas de esta historia, en la que fuiste
protagonista sin serlo. Sin quererlo.
Después de tanta negación, debo asumir la ausencia. Entendiendo
que te quise sin límites, sin cadenas. Te quise tal cual eras. Un cariño libre.
Adulto. Sin amarras.
Y, simplemente, tú no me quisiste lo suficiente. Quizás ni
siquiera me quisiste.
Hoy hay un punto final. Hoy avanzo y tú te quedas.
Te exilio. Te destierro. Te arranco de las entrañas de lo
que quería.
Te borro del cariño y te dejo de asociar con la felicidad.
Es una decisión absoluta. Irrenunciable.
Y sé que te extrañaré.
Mucho.
Más de lo que quisiera.
Cuando empiece a extrañarte, recordaré las lágrimas de hoy.
La pena que has provocado.
La desazón de mi corazón.
Recordaré los cuestionamientos que me dejaste. El closet
lleno de pena. Los besos que se perdieron. El recuerdo vacio de tu persona. De nuestra
historia. Las lunas que no me regalaste. Los viajes que no hicimos. Recordaré tu
egoísmo y mi pena.
No mereces más que eso.
Pasas al olvido.
Al exilio absoluto.
Sin retorno. Sin vuelta. Sin perdón.
Inevitablemente, pasas al olvido.